El grado emoción que provoca un melodrama suele ser directamente proporcionalal nivel de identificación que el público alcance con el mismo.
Y cada drama orquestado, con su consustancial encarecimiento de sentimientos y patetismo suele ser reflejo de su tiempo.
El amor entre miembros de diferentes clases sociales, amar a alguien más joven, el derecho a elegir una nueva vida junto a la persona amada, son convencionalismos añejos fuertemente implantados en el imaginario colectivo. Fueron y siguen siendo vigentes.
Douglas Sirk nos acerca a ellos mediante una Jane Wyman pensante, alejada del estereotipo que reacciona y actúa como se supone que debe hacerlo una mujer.
Y es a través de sus colores saturados, su montaje y su música por donde llegamos a la identificación y, por ende, a la emoción.
Creo que ahí radica su mérito.
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