Esperamos hasta el último momento deseosos, de ver un gesto, de escuchar una palabra que le concediera la remisión.
No pudimos otorgársela.
La escena final de Bette Davis con Charles Coburn, su tío quizá demasiado amante, firma la sentencia y precipita un final como no podía ser de otra manera.
Una Olivia de Havillan, bellísima como nunca, abocada antes a victorias morales que personales, le da la réplica inmersa en su peculiar calvario.
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