Fue junto con El Corsario de Hierro y El Jabato una de mis lecturas infantiles de verano. Sin duda, la preferida.
Desde el blanco y negro de sus cuadernos apaisados hasta Trueno Color, consiguió interesarme este paladín de amistades inquebrantables, valiente novia perpetua y rasgos Hudsonianos.
El defensor a ultranza de débiles y oprimidos nos transportó de un país a otro con la conciencia tranquila y el ánimo imperturbable de un caballero andante.
Nos reímos con Goliath y sus excesos, compartimos las aspiraciones de Crispín, sufrimos con Sigrid y fuimos partícipes del espíritu de solidaridad que impregnaba las viñetas.
A sus páginas quedaron por siempre ligadas las impresiones de una infancia, ávida de aventuras, dentro de un mundo en el que todavía los conceptos del bien y del mal aparecían perfectamente definidos.
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