martes, 19 de febrero de 2019

LA EMPERATRIZ YANG KWEI-FEI (1955)

SUAVE ES LA SEDA QUE ENVUELVE EL LAÚD



Película intimista, contemplativa en sus ademanes que se desliza en pequeños y elegantes pasos haciendo crujir la seda de los vaporosos quimonos.

Una historia de amor marcada por la fatalidad de un destino que va envenenando lentamente el devenir de los acontecimientos.

Kemji Mizoguchi elabora un desgarrador drama que alcanza su punto culminante -por su simbolismo y belleza- en ese poético travelling que acompaña el faldón de la emperatriz hasta llegar al árbol. 

La música que el pelctro rasga enmarca colores suaves, almas puras, y una íntima alegría que emerge desde lo más profundo de los corazones traspasando la pantalla.



Hermosa obra que va ganando enteros según transcurre la acción y que enaltece el amor romántico donde las emociones aspiran a ser eternas.  


jueves, 14 de febrero de 2019

EL CARTERO SIEMPRE LLAMA DOS VECES (1946)

TRISTE ES EL CAMINO QUE LLEVA AL INFIERNO

O casi.
Porque en este torbellino de acontecimientos donde todo importa y todo cuenta no hay espacio para el gozo.
Sólo la náusea cimbrea desatando las vibraciones insatisfechas del deseo, la codicia y la traición.

Es quererlo todo sin renunciar a nada.
Es conformarse con poco pero atreverse a todo.

Un tándem fatal que sorprende más si cabe cuando observamos a los protagonistas.

¿Es él el tipo de hombre que nos describe la historia de James M. Cain?
Rotundamente no.

¿Es ella la bella, ardiente y codiciosa esposa infeliz?
Quizás nos acercamos más.

Y en esas disonancias, en esa falta de proporción entre lo que ocurre y quién lo representa es donde la película pierde algo de su espeluznante tensión e impacto.

Pero, el destino está escrito aunque se empeñe en mostrarse infranqueable





lunes, 4 de febrero de 2019

LA DEFENSA LUZHIN (2001)

EL GRAN PROYECTO HUMANITARIO

Siempre que un clásico literario es llevado al cine surge la controversia sobre si se adecua a la obra original o, por el contrario, nos encontramos ante una propuesta que desvirtúa la esencia misma de la historia escrita.

En el caso que nos ocupa, la crítica especializada no deja de resaltar que M. Gorris traiciona visiblemente el sentido que Nabokov dio a su novela y la acusa de centrarse en un idilio insustancial aunque -eso sí- muy bien ambientado.

Alexander Luzhin -marcado por una niñez y adolescencia desdichadas- se refugia en el ajedrez como único recurso para aislarse del mundo que le rodea. Su dedicación absoluta le conduce a la maestría pero, en contraposición, no conoce el mundo real y carece de los básicos mecanismos de defensa para afrontar sus agresiones.  

Será Natalia (E. Watson) quien se encargue de mostrarle que existe vida más allá del tablero de ajedrez... pero, desgraciadamente, el talento y la excentricidad conjuntas que caracterizan a Luzhin son aquí inmisericordemente dibujadas hasta el punto de presentarnos un personaje grotesco y cercano a la imbecilidad.

La historia de amor se convierte entonces en algo tremendamente improbable. Porque ¿quién podría enamorarse de alguien tan evidentemente trastornado?

Sin duda, alguien que ve en el amor y en el otro a un niño al que cuidar, un paciente al que atender, un enfermo al que asistir y, sobre todo, un gran proyecto humanitario que levantar. 
Una persona con una dinámica emocional en la que caben los esfuerzos más descabellados y cuyas relaciones transmiten siempre un aire de constante lucha y heroico cansancio.

Natalia Katkov no es una enamorada, es una ONG.