Cada vez que desfilan ante mis ojos las imágenes de algún corto de los orígenes del cine no puedo dejar de imaginarme las reacciones de los atónitos espectadores de la época.
Ya sea desde un barracón de feria con sillas de madera o desde una butaca en una sala adecuada para las proyecciones, el impacto de contemplar desde "primera fila" las pasiones humanas -hasta entonces sólo podían imaginarse o leerse- debió de ser una experiencia única que ahora, debido a lo recurrente del tema, ha perdido todo su encanto.
El político ridiculizado se dirige a la redacción de un periódico dispuesto a vengar su ego herido.
¿Sintió el público miedo, rechazo, empatía?
D. W. Griffith les concedió aquí una eterna máxima: "el amor lo puede todo".
Muchos respirarían aliviados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario