Estamos en el año 1895 y el cinematógrafo de los Lumière comienza su pública andadura.
Sólo unos pocos afortunados han tenido la ocasión de contemplar esa especie de milagro que supuso el ver imágenes en movimiento por primera vez.
La noticia se extiende, las colas para acceder a las proyecciones cada vez son mayores...
Pero ayer como hoy, el público se cansa pronto de ver siempre lo mismo.
Las escenas cotidianas sobre la vida familiar o laboral, vistas una y otra vez, llegan a aburrir (recordemos el reportaje que sufrimos en casa de unos amigos de su viaje a Sebastopol, pensemos lo que sería ver el de Molossia y el de Somalilandia también) y, lo que en principio fue un éxito, corre el peligro de acabar como un invento más al haber agotado todas sus posibilidades.
O eso se creía.
Hasta que surge la ilusión, la fantasía aplicada al celuloide.
¡Por fin el público puede soñar!
Y esa innovación tiene un artífice y un nombre: Georges Méliès.
Viaje a la luna, considerada como el primer filme de ciencia ficción de la historia del cine, es ahora una película muy popular y la imagen de la cara de Selene con la nave clavada en uno de sus ojos es ya icono de la cinematografía de hoy y de siempre.
Inexcusable no visitarla.
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