ESCRÚPULOS Y MENTIRAS
La Historia en general es imposible de entender si no se admite que existen diversas medidas para la sinceridad.
La fe no conoce otra ley que el beneficio de lo que cree verdadero. Siendo absolutamente sagrado para ella el objeto que persigue, no tendrá ningún escrúpulo en invocar "falsos" argumentos para su tesis cuando no consiga nada con los correctos. Si tal demostración no es sólida, ¡existen tantas otras que lo son!... Si tal prodigio no es real, ¡existen tantos otros que lo han sido!...
¡Cuántos han sido los estigmatizados, convulsos, posesos de convento que han sido arrastrados, por la influencia del mundo en que vivían y por su propia creencia, a actos fingidos, ya sea por no permanecer por debajo de los demás, ya sea para salvar la causa en peligro!
Todas las grandes cosas se hacen gracias al pueblo, pero no se conduce al pueblo si no es prestándose a sus ideas. Así que aquel que admite la humanidad con sus ilusiones y trata de actuar sobre ella y con ella, no debe ser censurado.
César sabía muy bien que no era hijo de Venus, Francia no sería lo que es si no hubiera creído tanto tiempo en la Ampolla de Reims...
Para nosotros es fácil llamar mentira a todo esto y maltratar a los héroes que han aceptado en otras condiciones la lucha de la vida. Cuando hayamos hecho con nuestros escrúpulos lo que ellos hicieron con sus mentiras, tendremos derecho a ser severos con ellos.
Al menos es preciso distanciarnos y distinguir entre nuestras sutilezas preñadas de espíritu crítico y las ingenuas y crédulas sociedades donde nacieron las creencias que han dominado los siglos.
No hay gran creación que no repose sobre una leyenda.
Y, en semejante caso, la única culpable es la humanidad que quiere ser engañada.
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