TRES RATONES CIEGOS
Una de las alegrías que nos depara la vida es contemplar la felicidad de las personas a las que queremos. Compartirla y hacerla nuestra es tan inmediato que ni siquiera somos conscientes de los procesos que se disparan en lo que, sin duda, es tomar partido una y otra vez de forma incondicional por alguien.
Y ayer fue uno de esos días sin condiciones.
Por la tarde se adjudicaban -después de pruebas y más pruebas- los personajes para la puesta en escena de la que será la sexta obra representada por el grupo de teatro al que pertenece mi hijo de trece años.
Expectante y algo nervioso, había acudido como todos los miércoles al taller con la nada secreta esperanza de recibir su adorado papel de sargento detective Trotter.
Entrar en casa con el guión y el personaje en el bolsillo fue una emoción, lo había conseguido.
- ¡Es el papel de mi vida! -dijo-.
Dos horas de representación y unas 500 frases de diálogo dan fe de ello.
Se enfrenta al reto más importante hasta ahora, en su todavía corta pero intensa "carrera", con inmensa ilusión.
Y yo, estoy segura, la compartiré ciegamente.
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