miércoles, 21 de septiembre de 2011

FERNANDO IV: LA LEYENDA DE "EL EMPLAZADO"

A Fernando IV, rey de Castilla, se le denomina el Emplazado. Este extaño sobrenombre se basa en una leyenda que dio origen a romances y coplas de ciego.

Fernando IV
Estando el rey en Palencia se cometió un asesinato que conmovió a la corte. Un caballero principal llamado Juan de Benavides salía de noche de la posada real cuando fue asaltado por dos hombres embozados, probablemente asesinos a sueldo, que lo apuñalaron y se dieron a la fuga. Pareció que el crimen iba a quedar impune.

Tiempo después, el rey reanudó la guerra contra Granada. Encontrándose las huestes reales acampadas en Martos (Jaén) la justicia presentó al monarca a dos caballeros, los hermanos Pedro y Juan de Carvajal, sobre los que recaían las sospechas de ser los asesinos del caballero Benavides.

El pueblo de Martos y su Peña
El rey, aceptando como pruebas terminantes lo que sólo eran indicios, sentenció irrevocablemente pena de muerte e ignoró las angustiadas protestas de inocencia que le dirigían los acusados. Además, decidió que la forma de ejecución fuera tan terrible que sirviera de escarmiento a todo el que alcanzase noticia de ella. Los hermanos Carvajal serían encerrados en sendas jaulas de hierro guarnecidas interiormente de clavos y cuchillas y despeñados desde el precipicio de la Peña de Martos.

Cuando los Carvajal supieron que el rey los condenaba a muerte y la clase de suplicio que les esperaba, emplazaron solemnemente al rey para que compareciese ante el tribunal de la justicia divina para dar cuenta de aquel atropello a los treinta días de cumplida la sentencia.

Los hermanos Carvajal fueron despeñados por el precipicio. Las jaulas en las que los habían encerrado rodaron con sus sangrientos despojos hasta el llano, donde silenciosamente se había congregado el pueblo de Martos a presenciar el cumplimiento de la sentencia.

Terminado el cruel espectáculo, el rey dispuso que el ejército reanudara su marcha hacia Alcaudete. Con el ajetreo del campamento, seguramente, alejaría pronto de su corazón cualquier escrúpulo que pudiera albergar sobre la perentoria justicia que había administrado a los Carvajal.

A los pocos días el rey enfermó gravemente de una misteriosa dolencia. Sin embargo, para general satisfacción de sus leales súbditos, Fernando fue recobrando la salud y cuando se cumplió el plazo que le habían concedido los Carvajal se encontraba totalmente recuperado. Aquel día comió y bebió con excelente apetito y hasta hizo gala de muy buen humor burlándose de los que habían temido por su vida. Luego se retiró a echar la siesta. Cuando sus criados fueron a despertarlo, lo encontraron muerto. El rey comparecía ante el tribunal de Dios para dar cuenta de la muerte de los hermanos Carvajal.


Al margen de los hechos históricos, la romántica explicación de la muerte del joven rey ha persistido en la memoria del pueblo. En Martos podemos admirar todavía una una antigua picota llamada La Cruz del Lloro que, según la tradición, señala el lugar exacto donde se detuvieron, después de rodar Peña abajo, las jaulas de hierro de los hermanos Carvajal.

Cuando el dibujante francés Gustavo Doré pasó por Martos, hace ya más de un siglo, conoció la leyenda y se detuvo a dibujar la cruz que la conmemora sobre el romántico fondo nocturno de la Peña.

jueves, 1 de septiembre de 2011

CASTRATI, VÍCTIMAS DEL CANTO

Carlo Broschi, Farinelli, con un grupo de amigos
Cuando se quiere abordar un determinado repertorio como el de la ópera o el oratorio barrocos, los directores musicales se encuentran en nuestros días con un obstáculo insalvable: ya no existen castrati, aquellas voces para las que se compusieron las más memorables piezas vocales y que, en su momento, fueron las verdaderas estrellas de la ópera, los primeros y absolutos divos.

Y, como todo aquello que nos resulta irremisiblemente perdido, provoca en nosotros la fascinación por lo irrepetible, por lo desconocido, por lo inasible.

Emasculados a temprana edad para conservar el carácter andrógino de sus voces infantiles se mantuvieron en activo hasta principios del siglo XX, en la Capilla del Vaticano.

Es Carlo Broschi, Farinelli (1705-1782), el castrado más célebre de todos los tiempos. Entrenado por su padre en su Apulia natal y tras estudiar en Nápoles, actuó en más de 60 óperas en sus diecisiete años de vida sobre los escenarios.

Estando en París, recibió la invitación de trasladarse a España para cantar en privado para Felipe V, que recurría a él para que le ayudase a combatir sus prolongados ataques de depresión.
Durante los cuatro años siguientes, todos los días desde la medianoche hasta las cuatro de la mañana, Farinelli interpretó en el palacio de La Granja las mismas cuatro arias para el Monarca y su esposa parmesana, Isabel de Farnesio.
Su posición privilejiada se mantuvo tras el acceso al trono de Fernando VI. Este Monarca le nombró director de la Real Compañía de Ópera.
Pero cuando el Rey murió y le sucedió Carlos III, fue cesado fríamente. Decepcionado, se retiró a su villa de Bolonia, donde vivió como un gran señor, recibiendo visitas de Casanova, Mozart, Gluck y el propio Emperador de Austria, José II.