martes, 7 de junio de 2016

HA VENIDO NELET


Pasan lentamente las nubes de otoño. El follaje en los árboles va tornándose amarillo. Un viento se levanta al caer la tarde y penetra como frío cuchillo. Ha llegado Nelet, ya casi lo había olvidado, pero llega ahora con su andar cansado, con sus ojos de pastor viejo que todo lo ha visto, pues sus pies errantes lo llevaron lejos. Nelet ha venido al cabo del tiempo y te tiende una mano que tiembla. El hombre te ofrece las cermeñas del monte cogidas del árbol que no tiene dueño, el fruto silvestre, tardío y pequeño que se da de las fincas en los cerrazones.

El gris de la tarde que está oscureciendo no tardará mucho en volverse negro. Regresa al establo la vaca de Chento; graznan los milanos para recogerse, trazando en el aire con sus grandes alas, pinceladas más negras en la tarde que muere. Se van apagando las voces de los niños que juegan en el corro de la aldea; Nelet ha llegado, y ponerse a cubierto es lo que desea.


Ya el pastor no cuenta su historia porque al fin olvidó los recuerdos, recuerdos amargos que, además del saco fueron su bagaje, a través del polvo de caminos, ciudades y pueblos.

Ha vuelto más viejo, triste y apagado, del todo harapiento. Ya su alma se encuentra vacía, ya su corazón se ha quedado seco. En jirones la vida se le fue vagando constante, con el paso lento del que no tiene prisa, del que es dueño de todo su tiempo. Polvo de caminos y lluvias y vientos se la habían quitado, que los años igual que destruyen lo malo, destruyen lo bueno, y ya no sentía ... se había hecho viejo.

Sin embargo los vientos llevaron un día su cuerpo indigente, mísero, cansado, hasta el pie de un birlocho que ante una gran casa se hallaba parado. Cochero elegante sujetaba la rienda y un señor principal en la mano le puso una dádiva espléndida. Los ojos azules de la hermosa señora, que en el coche se sentaba a su lado, reflejaron un estupor que Nelet nunca anteriormente había contemplado. Debía ser ella ... pero no importaba. Había olvidado que fuera tan bella. Penas negras había pasado, pero ya no importaba quien fuera, que las penas pasan, como pasa todo aunque no se quiera, y el amor que Nelet otro tiempo sintiera se murió de cansancio, se murió de miseria por el largo camino, por la noche lenta, por la falta de fe y de esperanza, sin rumbo y sin meta. Con codicia de mendigo avezado recogió Nelet la limosna espléndida, y siguió su camino sin mirar a derecha, ni a izquierda, y ni siquiera hacia arriba para dar las gracias, pues cuesta trabajo levantar la cabeza.

Ha llegado el pastor, como llega el camello a la fresca cisterna que apaga securas de soles que abrasan, de rutas inciertas, de arenas y vientos que azotan y ciegan. No te dice a qué viene, pero yo en esta encina lo veo. Lo que Nelet quiere no es su sed apagar, ni matar el gusano de su hambre que tal vez sea canina. Quiere darle reposo a sus cuerpo, que esta noche la vida termina. No desea dormirse para siempre al amor de la noche aterida. Dentro de la casa cualquier lugar será bueno y caliente, cualquier rincón, para terminar el triste vagar permanente. Sus ojos se están apagando, mientras su corazón se va quedando sin sangre.

Acógele en casa; enciende un buen fuego, pues esta noche es su noche postrera.






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